Nuestra piel y nuestro corazón se desgarran para dar paso a los nuevos yo.
Cada día puedo ser un nuevo yo, y es mi poder decidir quién quiero ser, aunque en el proceso de cambio me rompa para rehacerme de nuevo.
Las cicatrices de esa misma piel son un mapa hacia la serenidad, hacia el confiar, hacia el saber que soy la hija amada de Dios, que estoy protegida, y que nunca faltará nada en mi vida.
Solo tú puedes decidir quién quieres ser, si al estallar las bombas que rompieron todo decidiste sentarte con paciencia a unir los pedazos, o si, por el contrario, el dolor fue tan fuerte que corriste con las pocas fuerzas que te quedaron y nunca regresaste, está bien, solo tú decides quien quieres ser.
Este es mi llamado al amor, a maternarnos y a nutrirnos para que no nos falte nada en ningún aspecto de nuestra vida, que podamos abrazar los vacíos y vivir con ellos mientras el corazón se repone, y que luego, estando completas nuevamente volvamos a salir a la vida, esta vez a vivir, no a sobrevivir, no a complacer, no a encajar.
Esta rebeldía que despertó mi fuego interior ya no me permite retroceder, ya no es importante encajar, lo único importante es no volver a hacerme pequeña para caber. Esta libertad recién conocida construyó unas alas que no caben en todas las cabezas, en todos los corazones, en todos los abrazos, y eso también está bien.
Sueño con mujeres felices, libres, de corazón salvaje, hablando sin miedo su sentir, sin pretensiones que las aprisionen, sin silencios obligados, con la sexualidad a flor de piel y el amor brotando por sus poros. Sin tantos “tengo” y con más “quiero”. Con sus almas ligeras y sus corazones hinchados de alegría. Mujeres mundanas, de esta tierra, que conviven en armonía con todos los seres que nos acompañan, con ganas de estar, de vivir, con la voluntad en alto y la alegría en la mirada.
En ella veo la serenidad de la experiencia, veo nuestro linaje femenino, todas presentes y poderosas, a mi madre, mis abuelas, mis tías y mis hermanas, todas guiando e iluminando el camino por hacer; veo las cicatrices convertidas en amor, en flores y en estrellas; veo manos suaves y sanadoras; veo el ritmo de la ciclicidad, los ojos de la madre tierra y los labios de la verdad.
Hoy, como ella, pongo mis manos en mi corazón y elevo un rezo por todas nosotras, por nuestros corazones, nuestras almas y nuestros espíritus, porque nunca se apague nuestro fuego interior.
Texto: Claudia Medina ~ Amat
Art by @eloybida
Nurturing the Spirit through star garden.